Comentario
Un capítulo importante del saber hacer artístico de los celtíberos y de sus notables avances en la técnica de producción de objetos suntuarios lo componen las artes industriales de metal, con dos grupos sobresalientes por su labor: el armamento y las joyas.
Suficientemente conocidas son las citas clásicas (Diodoro, Polibio, Marcial, Justino...) que hacen referencia a las depuradas técnicas metalúrgicas de los celtíberos del área nuclear del Moncayo para el tratamiento del hierro y a la brillantez de sus resultados, en especial las espadas, el conocido gladius hispanienses, adoptado con posterioridad por los romanos en su indumentaria de guerra. Sin embargo, el verdadero valor artístico de estas producciones lo adquirirán cuando sobre ellas (puñales tipo Monte Bernorio, espadas de antenas atrofiadas, vainas...) los artífices ejecuten minuciosas labores de nielado y damasquinado en hilos de plata. El preciso diseño componiendo motivos circulares, dentados, roleos, grecas, o líneas quebradas, convierten ciertos ejemplares en indiscutibles obras de arte. Algunos temas entrelazados, curviformes o radiales apuntan una relación con series ornamentales bien conocidas, por ejemplo, en la arquitectura castreña, o en ciertos grupos prerromanos centroeuropeos, asimismo de vieja cultura céltica. La recuperación de estas piezas, como de buena parte de la producción metálica celtibérica, se realiza en necrópolis siendo La Osera, Las Cogotas, Altillo de Cerropozo, Padilla de Duero, Miraveche y Monte Bernorio los principales enclaves, y los mejores ejemplares los de los siglos IV-III a. C.
También conviene anotar la apreciable factura de objetos en bronce (chapas decorativas, colgantes, fíbulas y, en especial, broches de cinturón), en cuya superficie aparecen motivos troquelados y repujados de gran calidad, sólo excepcionalmente figurados, como se observa en una chapa pectoral para prender donde se ha trabajado un motivo inciso de ciervos, localizada en la tumba 235 de Carratiermes (Soria). Asimismo son bien características del entorno celtibérico ciertas fíbulas zoomorfas, sobre todo las denominadas de caballito, sin faltar en el diseño abstracto de estos prendedores otros animales. No obstante, el papel más relevante lo tiene la orfebrería. Lamentablemente no es tan conocida como la ibérica o la del Noroeste, si bien su calidad empieza a ser parangonable. Tampoco ha contado desde antiguo con la bibliografía de aquéllas, aunque en los últimos años se ha insistido en la indiscutible personalidad de la orfebrería celtibérica. Las escuetas notas sobre hallazgos puntuales por parte de Blanco, Almagro, Luengo, Luis Monteverde y Palol, se ampliaron con la publicación de la obra de Raddatz -integraba eso sí, la joyería de la Meseta como grupos específicos dentro de la ibérica-, hasta que recientemente ha sido retomado su estudio por Martín Valls, Esparza y Delibes. A la mano de estos dos últimos debemos un excelente trabajo de sistematización y síntesis, que resulta de obligado seguimiento.
El problema inicial de la orfebrería celtibérica reside en su manera de presentarse, generalmente como tesoro o tesorillo, de los que sólo en contadas ocasiones disponemos de un contexto arqueológico propio, al ser éstos productos de hallazgos fortuitos o de la sangrante actividad de detectores de metales. Un atesoramiento guardado en un contenedor cerámico, metálico o de material orgánico perdido, en el cual a veces también se incluyen monedas ibéricas o romano-republicanas, cuyo motivo de ocultación deliberada dentro del poblado estaría en la inseguridad de ciertos momentos, sea esta de tipo bélico o social.
El desarrollo de los acontecimientos impidió, sin duda, su recuperación al propietario. Por ejemplo, el tesorillo de Palenzuela coincide con las luchas sertorianas en toda la región (72 a. C.); el problema afectó, según las fuentes literarias, a muchos enclaves del Duero Medio pudiendo éste ser uno de ellos. En otros puntos más al norte, Arrabalde sería un buen ejemplo; los datos apuntan a fechas más recientes, concordantes con las guerras cántabro-astures de los años 29-19 a. C. Pero lógicamente los inicios de una producción de orfebrería propia del ámbito celtibérico estarían mucho antes, a caballo entre los siglos III-II a. C., momento al que hoy se lleva el tesoro de Drieves (Guadalajara), en el cual ya están presentes, aunque muy fragmentadas, piezas típicas de nuestra orfebrería. El área de dispersión preferente se sitúa en el Duero Medio, aunque llegan también a las zonas septentrionales, incluso penetran en el Noroeste y a puntos aislados de la Meseta Sur. El mapa de los tesoros con joyas tiene sus puntos principales en Padilla de Duero, Arrabalde, Palencia, Roa, Rabanales o El Raso de Candeleda.
De todos modos, esta singularidad propia de las joyas celtibéricas la han reconocido Delibes y Esparza con unos caracteres precisos que sólo aquí cabe recoger por nuestra parte:
- Indiscutible filiación respecto a la joyería ibérica. Como en ésta el metal mayoritario es la plata (diferencia sustancial con la orfebrería castreña del Noroeste), e ibéricos son también los prototipos de ciertos modelos de joyas.
- Reelaboración, y por tanto tratamiento peculiar de estos elementos ibéricos en dos líneas: mayor simplificación técnica y barroquismo en la decoración. En este proceso sincrético también pueden intervenir modelos de la joyería en oro castreña, hacia donde se abren las tierras altas de la Meseta Norte.
- Creación de elementos estrictamente originales de la orfebrería celtibérica: brazaletes espiraliformes, broches, bucles, colgantes, cadenillas, f'íbulas..., que hacen más reconocible si cabe esta producción.